Textos del taller del Círculo de Lectura y Escritura de la Faro Cosmos, 2025-1

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El gel cósmico de Dios

¿Sabías que Dios es un ser muy aburrido? Sí, su estilo de existir puede hastiar hasta el más paciente de sus hijos. Antes de que me taches de hereje o blasfemo, deja te explico y verás que de hecho, es algo bastante coherente. Básicamente un hecho divino.

En las tarde de mi infancia que me veía atrapado en el comedor para hacer la tarea de la escuela, en cierto momento el piso se desprendía suavemente. Todo el territorio que conocíamos como comedor en mi casa era trasladado más allá del reino terrenal. Con muebles, paredes, ventanas y hasta conmigo incluído. Al chico rato, me encontraba dando vueltas junto con el comedor, en un movimiento continuo y delicado, de un lado a otro y luego hacia delante o atrás. Sin que absolutamente nada se moviera de su lugar. Esto pasaba siempre que yo tenía la mirada en las libretas, pues si se me ocurría echar un vistazo para ver qué ocurría, todo estaba en orden, incluso la sensación de vueltas desaparecía como si nunca hubiera ocurrido. ¿A qué crees que se debiera?

Hay quienes trataron de convencerme que esa sensación no era sino la consecuencia de vivir en una casa embrujada, donde las almas en pena deambulaban por las paredes. Algún otro me dijo que seguramente sufría de algún temprano brote psicótico.

Pero yo siempre supe lo que ocurría. Y es que Dios se cansaba de verme martirizado ante los deberes escolares, por lo que él decidía levantar mi comedor, dirigirse a uno de sus estantes divinos de su baño, destapar su gel cósmico para el cabello y me sumergía para mirarme embobado mientras jugaba. Debo aclarar que era agradable, no me asustaba ni mareaba, era como un curioso arrullo.

Crecí y me mudé, las tareas sólo se complicaban al paso de los años y, por su parte, Dios me había abandonado. O simplemente dejó su hobby de sumergir habitaciones en geles. No lo sé con certeza, pero en verdad extrañé esa sensación. Intenté recuperarla girando en mis pies mientras miraba al cielo para detenerme en seco, pero la sensación era agresiva y en lugar de flotar sólo caía. Intenté dejar de respirar hasta la desesperación y luego dar una marometa antes de tomar una bocanada de aire, pero sólo me agitaba y me llenaba la cabeza de chichones. Una adolescencia después, probé la vertiginosa borrachera, pero sólo conseguí náuseas, cruda y vergüenza.

¿Dios, con qué te entretienes ahora?

Tiempo después, trabajé en un cibercafé por una zona turística. Un día que estaba por cerrar mi turno, se presentó una chica morena de cabello rizado, cargaba con una canasta cubierta con un trapo. Se reunió con un jipi que trabajaba en un puesto de artesanías frente al local. Al querer hacerle plática preguntando por sus galletas, me apuntó con sus ojos imantes, anunciando con su mirada el regreso divino. La chica me ofreció comprarle un paquete de galletas, accedí sin saber de qué eran y sin que ella me lo dijera, sólo pensé que estaban caras para verse tan simples. Una irresponsabilidad de su parte no advertirme más que con la mirada, pero cómo puedo exigir responsabilidad si yo no pregunté su sabor.

Al caminar a casa, las tripas me exigieron probar mi elevada compra. Abrí el paquete y con dos mordidas me comí una galleta. Era un sabor extraño, algo amargo y por alguna razón me recordó al olor del pasto seco. Como sea, había pagado un precio alto y no quería desperdiciarlas, así que me comí las demás de un sentón.

En casa, las albóndigas me supieron a gloria, los granos de arroz se coordinaron para abrazar mi lengua y el agua de limón me supo más refrescante que el invierno. Los sabores se volvieron tan maravillosos que mi cabeza se perdió en un enjambre de ideas. Al sacudirme dentro de esta sensación, pegué mi frente a la mesa y en ese preciso instante, me sumergí en lo más profundo de la realidad.

Me di cuenta que el piso era tan inabarcable, que necesitaba ondularse para no desbordar entre los tramposos límites de las paredes, las cuales guardaban en sí mismas incontables senderos dibujados por las hendiduras de su rugoso acabado, senderos que se juntaban y continuaban eternamente hasta el techo, donde seguía el patrón de infinitas conexiones, tanto así que si lo recorría con la mirada, me hubiera tardado más en completarlo que en caminar por todas las calles existentes del país.

El pequeño departamento donde habitaba se volvió de pronto tan abrumador, que me hice consciente de la existencia de la tela cuántica que mantiene unido a objetos y animales en la realidad, conectados incluso en los más insignificantes movimientos entre sí. La verdad se hacía palpable, nada es fortuito, todo está integrado, incluso la ignorancia. La revelación se hizo tan pesada como un enorme cobertor empapado que me comprimía en la totalidad de lo reconocible.

Me retorcía en el terror hasta que mi sentido de supervivencia me hizo arrastrar hasta la cama. Clavé mis dedos en el colchón, y tras minutos que contenían varios días en sus segundos, poco a poco logré trepar hasta la superficie de la sábana. Era como si estuviera saliendo de un pegajoso mar de engrudo. Al fín arriba, percibía el peso de la piel, carne y huesos, cuya solidez parecía estar amenazada por el caos de la consciencia. Todo estaba por comprimirse en cualquier momento y cada respiración era una lucha encarnizada por no permitirlo.

Mi padre me encontró recostado en una danza de retorcimientos. Me habló impactado y yo lo miré, mi voz se había vuelto tan pequeña, que lo que salía de mi boca se desvanecía antes de llegar a sus oídos. Mi padre me miró con ansiosa atención y tras un buen rato, se irguió con algo de calma. De alguna forma, supe que él reconocía mi estado y sabía exactamente lo que debía hacer. Haz tierra, me dijo papá. Suavemente empujo uno de mis pies fuera de la cama, el cual cayó espasmódicamente al piso y en el momento que la base del zapato aferrado a mi pie tocó el suelo, este se desprendió sutilmente con todo y habitación.

Cama, burós, cortinas, clóset, mi padre y yo, todo dentro de las 4 paredes. De un lado a otro y también hacia enfrente y luego hacia atrás. Era evidente que Dios me había vuelto a encontrar y, quizá con nostalgia, llevó la habitación hasta su baño, para sumergirme en el gel cósmico de su estante.

Rata_BlanK.

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